Este blog tiene un carácter HISTÓRICO-CULTURAL y no plantea reivindicaciones políticas de ningún tipo, descartando otro fin que el mero ESTUDIO HISTÓRICO.
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Nuestro general: Muñoz Grandes por Tomás Salvador.

Nunca he escrito artículos necrológicos. Considero una tremenda hipocresía regatear elogios en vida y prodigarlos en la muerte. Si no tuviera la certeza de que nuestro general Muñoz Grandes va a salir de ésta porque si, porque le queremos vivo, no escribiría. Y necesito hacerlo, en tono desenfadado, para que la muerte sepa que los viejos soldados no la temen.
Y por no temerla, ni hablan de ella, ni les importa su amenaza. Lo cual no es vanidad, ni chulería, sino y simplemente sencillez. Cuando en estos días, leo en la Prensa las noticias sobre nuestro general, me digo que "no pude ser", y me encojo de hombros. Pero luego, por otra parte, juega el cariño, el afecto que, como divisionario y como amigo particular, tengo el ilustre soldado. Esa inquietud me acucia: "Haz algo, hombre".¿Hacer qué?¿Pelearme a pecho partido con la muerte?¿Esperar el trágico desenlace y hacer el artículo necrológico?
No. Yo quiero hacerlo en vida, precisamente porque me niego a creer la muerte. Quiero que don Agustín me lea, y luego, cuando esté de humor, se diga: "Este chico..."Y si la tensión intima, los deseos, las oraciones, pueden hacerlo se hará. Lo demás es anécdota menudo, hasta que él esté enfermo.
Uno, hace ya veintiocho años tuvo por general a Muños Grandes. Uno, con veinte años, era soldado.
Que un soldado conozca a su general, entra en el orden natural de las cosas y las ordenanzas: que un general conozca a un soldado es materialmente imposible. Digamos que Muñoz Grandes no tenia ni idea de que un soldado. Tomás Salvador, estaba a sus órdenes. Tomás Salvador, en cambio, recuerda muy bien el cuartel general de Grigorowo y al general, delegado, austero, que salían a pasear algunas veces por los alrededores, envuelto en un colosal bufanda. Nosotros, los soldados, con el cariño y la confianza de las cosas de la guerra, que se ríen de los protocolos, llamábamos a Muñoz Grandes: "El Orejas", y, a veces, también, "El Friolero". Lo primero, por los apéndices auriculares, que son de buen tamaño, y lo segundo, porque, efectivamente, parecía pasar mucho frió, como demostraba su bufanda y que en los días rigurosos no se le veía el pelo.
Muñoz Grandes, sin gestos populacheros, sin condescendencia facilona, era un general popular. Nunca hacía nada para halagar a nadie, y menos a un soldado, pero se palpaba en él la identificación total del soldado con su jefe. Era, ante todo, español seco, austero y hablaba el mismo lenguaje que nosotros. Nunca le vimos con uniformes teatrales. Se vestía de Intendencia, como nosotros, y sólo llevaba las hojas de roble en los picos del cuello. No ostentaba medallas, se dejaba de aparatosas revistas y de discursos de garabatillo. Cuando echaba broncas, y de algunas sé por la centralilla de teléfonos, empleaba unos hermosos tacos del mas hermoso clasicismo. Salía de cuando en cuando a probar el rancho, y la leyenda decía que había amenazado a los rancheros con meterlos en los pucheros en más de una ocasión. No lo creo.
Vivió horas muy críticas, cuando Ottensky, en Possad, en la Intermedia, morían soldados españoles. Me consta que le afectaban profundamente, pero nunca lo dejó traslucir. Sentía el orgullo de ser español y se militar, y por nada del mundo hubiera hecho, por acción u omisión, nada que empañara esas dos cualidades.
Años después. por los bandazos que la vida da, uno se convirtió en escritor y en teórico de Hermandades. Y las distancias se acortaron. Uno ya se singularizó y pudo hablar con el general, que, mientras, ostentaba altos cargos en el Gobierno de la nación. Eso me permitió conocer mejor la dimensión del general, humana y políticamente entendido. Muñoz Grandes ha sido, seguramente, el hombre más sableado por pedigüeños, peticionarios más o menos veraces. Treinta mil mangantes, con los que tuvo una paciencia ejemplar; o un socorro, o una carta de recomendación. ¡Cuánto podría contar nuestro amigo Justo Pastor!¿Y cuánto él mismo, si quisiera, que no querrá!
Por eso digo que Muñoz Grandes era nuestro general, porque lo siguió siendo diez, veinte, veinticinco años después de terminada la dependencia directa. Era el buzón de nuestras cartas el punto visible que veíamos para caso de un apuro, el ejemplo vivo de austeridad en un país donde no siempre sus gobernantes han dado ejemplo que todos hubiésemos querido. Muñoz Grandes vivía como lo que era: un teniente general, sujeto a un sueldo no muy crecido. Y recuerdo su casa, con muebles como los que usted o yo tenemos en las nuestras. Y a su hijo, oficial del Ejército, como el orgullo de no tener ninguna ventaja por ello. Muñoz Grandes es un militar a la antigua en el sentido de ese orgullo de clase que obliga no a la ostentación, sino a la austeridad.
La política le desesperaba. Le hemos oído despotricar varias veces, como un hombre de la calle más. A poco que lo hubiese querido, sus divisionarios, la generación puente que yo digo, con mucha gente buena en sus filas, hubiésemos montado una de las que ahora son llamadas asociaciones. Su fama de integridad era tal, que ponerse al frente de un estado de opinión galvanizado a todos. Pero nunca dijo nada en tal sentido. Su lealtad a Franco era absoluta. Franco era para él el jefe y el hermano y hacer algo que pudiera complicar la situación del país o disgustar a Franco, le inhibía por completo. Pero hablar, ¡ya lo creo que hablaba!Y estar informado, ¡ya lo creo que lo estaba!
Y uno no es que presuma de haber gozado de su intimidad, pero sabe que le distinguía, que recordaba su nombre. Y que agradecía el libro que le llevábamos o la despedida que le hacíamos en la estación. A más, no se atrevía uno ante el ilustre personaje, que, por otra parte, estaba envuelto en las redes de su personalidad social.
¿Morirse don Agustín? ¡Amos anda! Yo creo que en los hospitales no hay nadie que sepa que es muy propenso al frío y por eso coge todas esas consecuencias postoperatorias a base de pulmonías o como se llame. Que tenga cuidado con el frío. Por lo demás, Muñoz grandes no morirá nunca porque nosotros no queremos.
("Arriba 03.09.69")
Fuente: Boletín Blaudivision nº122. Octubre 1969